Lujo low-fi y vouyerismo A propósito de “La gravedad de lo íntimo” de Marcelo De La Fuente
Mi dilecto Marce:
Pensé que me internaría en un frío de cagarse pero no ¡nada que ver! Con todo placer me estoy transformando en un Yeti. En otras vidas no debo haber hecho otra cosa que caminar en la nieve. Me encanta el blanco omnipotente y usar guantes (ya perdí un par). Recién hace unas horas (¡estoy hiper-quemado!) pude bajar las imágenes que me mandaste desde un cyber fueguino con un arcaico Paint (no conseguí un Picasa ni a palos). ¡Y me parece que el azar eligió lo mejor! Redescubrió la potencia de tu propuesta: fue un trip delirarme en esas fotos-fijas como si las estuviera rescatando de un fotolog porno-casero. Es un delirio estar en el fin del mundo pensando en la amabilidad del roce del porno. ¿Existe una pornografía amable y otra que no lo es? Seguro que sí: la pornografía es una industria, un indicador de consumo. Y tampoco podemos pensar el erotismo por fuera de la industria. No sabés cómo me divierte la idea de un hacker erotómano: alguien que hace atentados visuales y que nos recuerda una y otra vez cómo se organizaban nuestros bancos de imágenes mentales antes de esa droga que llamamos Photoshop. ¡Bienvenidos al mundo real en formato digital! Tus tomas con webcam alteran ese indicador de consumo industrial. Ese factor de alteración es, sin dudas, su índice de gravedad. En fin: la gravedad jamás es algo dado: existe para ser manipulada, subrayada, incluso al modo de material para una estrategia. Pero es cierto: nunca es un elemento nada dócil. Más bien parece un catalizador y así creo que es cómo lo utilizás: como un reactivo que eclosiona sobre la velocidad y circulación de la intimidad. O de una idea de intimidad. La vida siempre estuvo formateada (el concepto mismo de “vida” es un campo de batalla de formatos) ¿acaso la biografía, la autobiografía, el diario personal o las memorias no son los paradigmas más obvios de estos formatos? Sería aburrido indagarlos ahora. Me parece más oportuno pensar en su “tiempo útil”. Todo producto debe responder al interrogante de su tiempo útil ¿Por qué? La respuesta es simple: no existe artista que no use y deje sus rastros en la conformación de ese “tiempo útil”. Se me ocurre ahora que el tiempo de tu obra (la velocidad de su circulación gravitatoria) es aquel que se sobreimprime al tiempo del voyeur amateur (curiosa e involuntaria rima gala). El voyeur amateur es un voyeur low fi, un fisgón de bajo presupuesto. Todos somos, varias veces por semana, voyeurs low fi. Quizá nuestro carácter o estilo se defina en cómo establecemos esta política. ¡Es que la intimidad también siempre estuvo formateada! Más arriba escribí algo sobre lo real en formato digital. Lo digital –atención: no me refiero a lo virtual- está en proceso de invención continuo. No sólo con respecto a hardware o al software: me refiero a cómo pensamos la relación cultural entre uno y otro. Arte digital puede entenderse como una imagen contenida en un archivo jpg o tif. No me interesa mucho esta instancia. Me detengo más ahí donde advierto un inconsciente informático. Si tuviera que aventurar una fórmula, ensayaría:
La capacidad de customización de lo digital es directamente proporcional a la incesante reformulación simbólica del inconsciente informático.
Lo que más me raya es que esta capacidad de customización digital es muy sutil y la gravedad que señalás se adhiere a la intimidad erótica probando nuevas alteraciones de formato. Me dejás pensando ¿de cuántas formas consumo erotismo y de cuántas otras lo proceso? La seguimos más tarde. Te mando un abrazo desde el fin del planeta
Rafael Cippolini Ushuaia, 22 de julio de 2006
PD: Un flash lo que me contás del Petiso Orejudo y el patio de tu colegio.